La pregunta por la posibilidad de estar en distintos lugares al mismo tiempo es todavía una pregunta filosófica, o bien del campo de la física cuántica. En el caso de la primera disciplina podríamos cuestionarnos por la necesidad de explorar los límites de la conciencia, la materialidad, la naturaleza de la realidad y la posibilidad de que existan dimensiones o estados del ser que desafíen nuestra percepción convencional del espacio y el tiempo. En la segunda, podemos asumir que la ciencia avanzó sobre teorías que plantean la superposición de estados y el entrelazamiento cuántico, dos posibilidades que podrían abrir la puerta a interpretaciones más flexibles sobre la ubicación y la simultaneidad de los eventos.

Sin embargo, la posibilidad de crear una imagen y una voz semejantes a una persona se puede concretar en el ámbito digital desde hace tiempo y, aunque despojada de la materialidad que suponen las dos corrientes antes mencionadas, del mismo modo dicha “presencia” puede despertar debates interesantes. Es que los denominados avatares digitales existen hace muchos años. La creación de representaciones de las personas a través de figuras virtuales nació antes de internet, cuando los espacios lúdicos digitales eran entonces los videojuegos. Desde los primeros entornos basados solamente en texto, la recreación de una persona permitió pensarse de otra manera, como un dibujo animado, como un superhéroe, o simplemente permitirse un alterego que tendría características distintas a los límites que nos impone el cuerpo y el espacio. Hubo avatares fantásticos y otros súper realistas, otros más simples que se fusionaban con nuestra identidad apenas le dotábamos de un nombre en la pantalla. En ese momento, esa figura tenía algo nuestro proyectado, nada más y nada menos que nuestro reconocimiento, sea real o ficticio, sin dejar nada al azar. Luego vinieron los avatares en tres dimensiones y supusieron un salto cualitativo no sólo en términos de apariencia, sino en la posibilidad de que se podían mover en múltiples direcciones, en universos abiertos como el olvidado Second Life o en los distintos intentos de metaversos. El avatar podría adquirir comportamientos disímiles, vestimenta, rasgos físicos con los que se parecerían a su creador o bien intentaría acercarse a la imagen deseada de dicha persona.

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A pesar de los avances tecnológicos, los avatares nunca habían llegado a replicar, de forma idéntica, a sus representados. Sin embargo, la inteligencia artificial generativa está acelerando las posibilidades creativas y hoy puede devolver imágenes idénticas a las nuestras, en movimientos, poses y actitudes que nunca hicimos.

Esta inquietud por los nuevos avatares me llevó a crear uno propio. Elegí una plataforma llamada HeyGen, una aplicación creada por una empresa basada en Estados Unidos y que según la revista Forbes será una de las compañías unicornios de este año. Funciona a través de un sitio web que promete crear personajes virtuales para ámbitos como el márketing, la educación y las ventas, entre otros. Funciona de la siguiente manera: el usuario puede grabarse en video y con ese material entrenar al modelo para crear su avatar. Luego, lo tendrá a disposición para crear nuevos materiales audiovisuales, a través de un guión de texto o con un audio de voz. Cualquiera de los dos formatos servirá para que la animación sea creada en un par de minutos y sorprenda por la calidad y el parecido de su producto final. Se puede trabajar con la herramienta de manera gratuita, pero tiene el límite de hasta tres videos por mes. Joshua Xu, fundador de HeyGen destaca que en la plataforma se prohíbe estrictamente el contenido político y electoral y además cuenta con medidas de seguridad que incluyen verificación de usuarios, consentimiento, códigos de accesos verbales y revisión humana de los videos creados.

El avatar, un sujeto en potencia

Cuando tuve mi propio avatar me encontré pronunciando palabras que nunca había dicho. El video repitió gestos del video de entrenamiento, pero fue preciso con las pausas, el movimiento de los labios, la mirada y el tono de voz. Era realmente una versión realista de mí, alguien que estaba detrás de la pantalla en un espacio y tiempo que nunca existió. El avatar tiene además la particularidad de que está listo para futuras acciones, es decir, es un sujeto en potencia que espera su próxima instrucción para concretar su objetivo.

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Esta fidelidad abre un universo complejo, lleno de promesas (como lo vende HeyGen) pero también repleto de incógnitas acerca de la utilización de estas representaciones. La preocupación en torno a la falsificación de identidad es solo una de las prioridades ante estas herramientas, aunque la compañía insista que cuenta con cuidados para evitar estas prácticas. Sin embargo, nos obliga a pensar también en que estamos creando una imagen falsa de nosotros mismos y de nuevo, en potencia de crear algo que aún no sabemos qué. Asumimos la falsedad ya como una posibilidad, aunque también podríamos pensar que el avatar sea también un rol más de los que todos los días interpretamos. Somos distintos en distintas situaciones y creamos una imagen de nosotros mismos en todo momento. La autenticidad, entonces, quizás sea la verdadera pregunta y el avatar, la confirmación de que nos recreamos continuamente, sea en el mundo de la materia o en el de los bits y algoritmos.